Hoy, como muchos otros días, nos hemos levantado con abrazos. Abrazos de esos que detienen el tiempo y llenan el alma. Abrazos que iluminan tu día y te cargan de energía. Abrazos, simplemente abrazos, algo sencillo con lo que da gusto empezar el día.
Suena el despertador, abro un ojo y allí están ellas. Asomándose por la puerta y en cuanto se dan cuenta de que estoy despierta vienen como locas: ¡Mamiiiiii! Entonces paro el tiempo durante segundos y nos abrazamos fuerte, muy fuerte. Yo me dejo llevar y simplemente muero de amor con sus abrazos.
Son abrazos cálidos, lentos y cargados de sentimiento. Abrazos que disfrutas manteniendo durante muchos segundos (muchos, muchos, os lo aseguro). Abrazos que se saborean y saben a gloria, por cierto. Abrazos en los que su respiración y la mía se acompasan y se convierten en una sola. Como cuando las tenína dentro de mí…
Abrazos absolutamente mágicos capaces de transformar el día a cualquiera, de pintarlo de colores y espolverarlo con purpurina, de llenarlo de ilusión y ganas, cuando a veces nos flaquean. Abrazos que me hacen inmensamente feliz y que llenan mi vida de momentos, momentos únicos. Momentos construyen mi vida.
Y entonces yo me pregunto… ¿podría vivir sin ellos?