Aprende a ponerte en su lugar

Para nuestros peques ponerse en lugar de los demás es complicado. Cuando son pequeños se enfrentan cada día a nuevas aventuras cargadas de emociones y sensaciones que nunca antes habían experimentado y ya sólo eso supone un reto cada día. Es complicado pedirles más.  Aunque para mí es importante que según vayan creciendo adquieran esa capacidad. Si se acostumbran a hacerlo desde pequeños será mucho más sencillo que lo hagan de mayores. Y ponerte en el lugar del otro es algo muy gratificante y maravilloso.
Pero… ¿cómo les enseñamos a hacerlo? Pues quizás la mejor forma de hacerlo sea con el ejemplo. Si es algo que ven en casa desde pequeñas será mucho más fácil que según crezcan ellas también lo hagan. ¿No os parece?

En casa nos gusta hablar mucho con ellas. Unos días resulta más fácil hacerlo que otros pero, por lo general, les gusta mucho contarnos cómo ha transcurrido su día en el cole. Con quién han jugado, qué actividades han hecho, lo que han aprendido, anécdotas del recreo o de clase… A ellas también les gusta que nosotros les contemos como ha sido nuestro día. El de su padre y el mío. Con su interés y el nuestro es fácil establecer diálogo y tanto ellas como nosotros descubrimos un montón de cosas.

Intentamos darle valor a cada cosa que nos cuentan. Porque lo que a nosotros como adultos nos puede parecen una nimiedad o una tontería para ellas puede que haya sido la cosa más importante del día. Estar triste porque una de sus amigas no ha querido jugar con ella en el patio es igual de importante que cualquier problema que yo haya podido tener en la oficina. Por eso, intentamos mirar a través de sus ojos, escuchar a través de sus oídos y sentir a través de sus pequeñas manos. En definitiva, ponernos en su lugar. Y cuando lo hacemos todo es mucho más sencillo.
Y para que ellas se sientan escuchadas tenemos varios trucos. Ponernos a su altura cuando nos hablan, mirarles a los ojos, cogerles las manos y dejar a un lado todas las posibles distracciones, dedicándoles toda nuestra atención, les hace sentirse especiales. Escucharles plenamente y con los cinco sentidos. Sus gestos, su forma de contar las cosas y sus propias palabras nos ayudan. Y así es más fácil ponernos en su piel antes de dar una respuesta a sus inquietudes, sus preocupaciones o sus dudas.

Cuando, por ejemplo, nos cuentan a la salida del cole que el día no ha sido muy bueno porque alguien no las ha dejado jugar en el patio. Intentamos mediante el diálogo averiguar qué ha podido pasar para que el otro no la dejara jugar. A veces conseguimos encontrar la respuesta, otras veces nos lo imaginamos y otras nos quedamos con las ganas de saberlo. Pero hablando sobre lo ocurrido y sobre los sentimientos que nos ha provocado es más fácil buscar una posible solución al conflicto. Y así, la próxima vez que se enfrenten a una situación parecida estarán más preparadas y contaran con más recursos para afrontarlas.

Su padre y yo confiamos en que con nuestro esfuerzo esta capacidad de diálogo no desaparezca y poder mantener así una buena comunicación con ellas. No todos los días son fáciles o son un camino de rosas. Pero dialogando entre todos y poniéndonos en el lugar del otro es mucho más fácil dar con la solución para nuestros problemas. Lo suyos y los nuestros. ¿No os parece?

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