Los niños en Senegal: Yakauru y la Maison Rose

Hoy vuelvo por aquí con la tercera entrega de mi viaje a Senegal de la mano de Unicef. Y hoy voy a contaros la que quizás fue la parte más dura y más difícil de esta maravillosa experiencia que me ha cambiado la vida. El primer día por la tarde después de conocer en detalle la Unidad Canguro del centro hospitalario Albert Noyer fuimos a visitar dos centros de acogida de niños situados en uno de los peores suburbios de Dakar, Guediawaye, el centro Yakauru y la Maison Rose.

Es difícil describir lo que allí vimos cuando nos bajamos del coche. A pesar de tener una idea de a donde nos dirigíamos (nos habían y nos habíamos preparado a conciencia para ello) ver aquello con nuestros propios ojos fue una verdadera bofetada de realidad que nos dejó heladas. Sin duda creo, y seguro que no me equivoco, que esta visita fue la más impactante del viaje para todas.

Casas medio derruidas, calles sin asfaltar, basura y escombros por todos lados, ropa tendida de cualquier forma, animales sueltos, puestos de comida en plena calle, algunos buitres sobrevolando la zona y niños, muchos niños que corrían de un lado a otro jugando… ajenos a todo y sin saber lo impactante que para nosotras resultaba verles vivir en esas condiciones.

Quizás alguna de estas imágenes os haya puesto mejor en situación y os describa lo que allí nos encontramos. Una realidad que parecía de película pero que desgraciadamente era y es real. Esta realidad existe y en muchos más lugares de los que somos capaces de imaginar. Fue tremendo…

Centro Yakauru

En medio de aquel tremendo paisaje nos adentramos en el centro de Yakauru, una casa de acogida para niños abandonados, perdidos o maltratados. Reconozco que fue un momento duro. Al llegar nos recibieron más de una veintena de niños que nos dieron la mano uno a uno y nos sacaban sus bancos de las aulas para que pudiéramos sentarnos. Lo hacían con calma y con una mirada y una sonrisa que nunca olvidaré. E incluso alguno de los más pequeños lo que nos pedían insistentemente y a su manera eran brazos y mimos.

En el centro nos explicaron que gracias a la ayuda de Unicef han conseguido montar esta casa de acogida para poder dar un techo a todos estos niños que se encuentran solos, sin una familia que se haga cargo de ellos. En Senegal uno de los principales problemas es que todavía hay muchos niños que no son censados al nacer, sobre todo en las zonas más rurales. Eso provoca que cuando hay catástrofes naturales y los niños se pierden no hay forma de volver a localizar a su familia.

Gracias a este centro estos niños encuentran un hogar donde vivir, hasta que son capaces de salir adelante por ellos mismos. Allí viven en comunidad, aprenden oficios y estudian para tener más oportunidades en el futuro.

La Maison Rose

Más tarde visitamos, en la misma zona, la Maison Rose. Otro centro de acogida sólo para niñas que se encuentran en las calles o que han sufrido también todo tipo de abusos. Las historias eran terribles. Igual te preguntarás, como lo hice yo, el porqué de tener separados a los niños de las niñas. La explicación era razonable. A la Maison Rose llegan niñas que han sido violadas y han sufrido brutales acosos sexuales. Para ellas la figura masculina no representa nada positivo, más bien todo lo contrario y necesitan un tiempo de adaptación y mucha ayuda antes de poder volver a relacionarse con niños.

En la Maison Rose pudimos hablar con Mona, su fundadora, mientras todas la niñas jugaban a nuestro alrededor. Mona es una mujer francesa que acoge a estas niñas desde finales del 2008, cuando dejo atrás su vida acomodada en la Bretaña para dedicarse en cuerpo y alma a estas niñas. Anteriormente fue farmacéutica hasta que un día se dio cuenta de que ya no quería curar más cuerpos con las medicinas que suministraba, ella lo que quería curar era el alma de las personas. Necesitaba hacer algo más y eso es lo que hace en la Maison Rose con todas las niñas que allí viven desde entonces.

El principal objetivo en el Maison Rose es que las niñas que allí llegan consigan superar el dolor y logren convertir lo negativo en positivo. Las palabras textuales de Mona, su fundadora, fueron: de la calle al cielo. Sin ayuda la mayoría de esas niñas violadas habrían terminado en la calle y sus hijos hubieran sido abandonados. Mona junto a todo su equipo consigue que muchas de esas niñas acaben aceptando a esos bebés, queriéndolos y que rehagan sus vidas. Desde su fundación allí han nacido 150 bebés, de los cuales sólo 3 han sido rechazados por sus madres. Un gran trabajo, sin duda, el que realizan en la Maison Rose, en la que en el momento de nuestra visita vivían un total de 40 mujeres.

Ambos proyectos, el centro Yakauru y la Maison Rose son proyectos apoyados por Unicef y por otros donantes. En proyectos como estos se materializa el dinero de todas vuestras aportaciones y os aseguro que es tremendamente emocionante comprobar con tus propios ojos como la ayuda y el esfuerzo que todos los que colaboramos con Unicef hacemos llega. Vaya que si llega, os lo garantizo.

Además, nos contaron que en breve van a abrir una tercera casa en la misma zona donde quieren implementar unos programas de formación profesional con el fin de poder enseñar más oficios a estos niños con el mismo objetivo: que algún día puedan llegar a ser independientes y ganarse la vida por sí mismos. Sólo necesitan ayuda y apoyo para poder lograrlo.

Una confesión…

Antes de emprender este viaje junto a Unicef pensaba que me costaría mucho contener las lagrimas allí pero también me mentalicé mucho. En este viaje necesitaba estar entera y con todos los sentidos despiertos para empaparme al máximo de todo y, a pesar de que en el algún momento dudé de mí misma (sinceramente no sabía si sería capaz), lo logré.

Pero no os vayáis a pensar que no lloré. Lloré mucho, pero lo hacía sola en mi habitación y lo sigo haciendo aquí, ya más de tres semanas después de volver cuanto hablo con mis hijas de este viaje, cuando me pongo a ver las fotos o cuando intento resumir a alguien todo lo que allí vi con mis propios ojos.

Y os confesaré algo. El único momento en que mis fuerzas flaquearon fue en la visita a la Maison Rose y al Centro Yakauru. Allí no pude contener las lágrimas y tuve que usar mis gafas de sol para disimular delante de aquellos niños que sólo querían jugar, que les prestaras algo de atención o hacerse una foto contigo. Allí me quedé sin palabras, sin aliento y casi sin fuerzas. Allí se quedó un parte de mi corazón y un pellizquito de cada uno de aquellos niños se vino conmigo.

¿Quieres saber más sobre este viaje?

El poder del método canguro / Las historietas de mamá / 2 de octubre de 2017

Piel con piel / Cuando nadie me ve by Sara Carbonero / 29 de septiembre de 2017

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Prometo seguir contando, estad atentos 😉

 

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