El destino quiso que el pasado jueves mi móvil se cogiera vacaciones, sin avisar y a las bravas. Tengo que reconocer que, al principio, entré en pánico pero después de 5 días de desconexión absoluta puedo decir bien alto y muy orgullosa que… ¡estoy encantada!
No pensé que fuera capaz de aguantar, pero aquí estoy. Y no es que vaya a renunciar a tener uno, mañana viene el reemplazo, pero esto de no estar pendiente de un dichoso aparatito todo el día la verdad es que mola. ¿Te acuerdas de cómo era tu vida cuando no tenías móvil? Os diré que necesitarlo de verdad sólo lo he necesitado hoy que casi no llego al bus y si lo perdía no llegaba a tiempo al cole para recoger a las niñas. Por suerte llegué a tiempo porque de no haber sido así no hubiera podido avisar al cole de que llegaba tarde. Excepto en este momento el resto del tiempo, durante estos cinco días, el móvil ha sido completamente prescindible. Nunca lo hubiera imaginado, pero así es.
Antes de este periodo de desconexión no era consciente del enganche que tenía. Poco a poco me he ido acostumbrando a estar conectada todo el día, a consultar mi whatsapp cada diez minutos y estar siempre en alerta. ¿Y de verdad es necesario? Pues claro que no.
Y ahora tengo una cosa clara, no quiero volver a ello de la misma manera. Mañana recupero la conexión pero con cautela, lo prometo. Se quedará en un cajón cuando de verdad no sea necesario llevarlo, dejaré de estar siempre alerta y trataré de disfrutar del paisaje mientras voy en el bus o simplemente echar una de esas cabezadas que tan bien me sientan y tanto me hacen falta. No quiero estar permanentemente con la vista pegada a una pantalla y no pienso volver a estarlo.