Eso me gustaría a mí, que se fuesen de vacaciones lejos, muy lejos, para nunca jamás volver. Estamos justo en la edad, a punto de cumplir dos años, de las maravillosas rabietas. Recordaba con horror esta fase en su hermana mayor y ya estamos de nuevo inmersos en ella. Andamos todo el día con los dedos cruzados deseando que no se le cruce el polo positivo con el polo negativo y estalle la señora rabieta.
Vienen sin avisar, sin motivo y sin sentido. Estallan de repente porque se me ocurre colocar un muñeco donde no es, porque se me ocurre hacerle una coleta cuando lo que quiere es ponerse la diadema, porque le ofrezco cereales y no una galleta… ¡Cómo se nos ocurre! Y entonces llega la tormenta, explota, grita, berrea, se reboza, patalea… ¡Rabieta en estado puro!
Es entonces cuando su padre y yo nos inyectamos infinitas dosis de paciencia. Y, apoyándonos el uno en el otro, simplemente dejamos que pase. Es milagroso ver como nuestra niña vuelve en sí, ella sola. Pasado el mal rato viene a nosotros como un corderito a buscar consuelo, con su hipo. Es el momento entonces de achucharla, de mostrarle nuestro cariño y también de pasar página, confiando que la siguiente tarde en venir unos días.
Ahora mismo ya son menos frecuentes, presiento que nos queda poco o, por lo menos, eso espero.Y es entonces cuando pienso: ¿Y las rabietas no se van de vacaciones? ¡Por mí que se vayan para siempre!
Estoy contigo. Teníamos que coger un avión y comprarle a las rabietas un billete de sólo ida, sin vuelta. jajajaja
Si pudiera lo compraba ya mismo!!! jejeje
Lo bueno es que todo pasa y tendremos un montón de anécdotas para recordar!